Me queda grande esta ciudad. Sus rincones me mueven a las nostalgias más intensas, a perdidas. Siempre pierdo lo que quiero, por que no sé quererlo hasta que, perdido irremediablemente, se va lejos de mi vista, de mis años cansado, de todo esto. Los pasos son hierbas amargas que me crecen en los costados, en la piel y en los ojos. Me dan su visión de las calles tan amadas siempre, con el odio profundo que siento por estas aceras. No doy crédito a tanta rabia, a tanto estar o ser sinceramente nada más que ésto. Las ventanas me lanzan sus risas a la cara, como si se burlaran en mi espejo de su propia decadencia. Tal vez sólo es que la busco mientras voy solo, fumando lentamente un cigarro interminable como las ruas que no me llevan ni me traen de ningún lado. No sé, como dijera el poeta, si yo tengo la pena o la pena me tiene a mí. Me rio sin violencia cuando alguien toca mi hombro y me reclama un poco de atención. También soy eso, a pesar de que soy un pun...