
La vida deja vestigios luminosos con geometría de remolino.
La muerte va en racimos como olas contra el barco embarrancado de la vida, carcomido por los dientes de las olas.
De repente surge un amigo que ilumina los días sin fronteras.
Le crecieron las manos para tender cuerdas salvadoras, hinchar las velas del alma y encaminarla hacia la orilla entre las olas.
Sabe secretos que solo el corazón conoce.
Puede aguardar en la puerta y evitar miedos.
Puede abrir ventas en un sótano abandonado y ciego.
Puede cambiar sollozos por gritos de alegría.
Al germinar palabras, echa raíces.
Al derramar consejos, alienta rosas, En su hondura cristalina hay un hemisferio de bondades un perfume de abedules en los pulmones del alma.
Desde los peldaños del cielo los ojos de un amigo pueden mirar al sol sin inmutarse y tocar con el tacto las estrellas, cuando te da un abrazo.
El que vio el fulgor de su mirada, no sentirá el revuelo de las olas, al naufragar el alma.
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